El martes 27 llegó luego de una
semana completa en que mi existencia —y la existencia de mis amigas— no se dio
lugar en Sandberg. Pero nuestra vuelta fue bien recibida por más de algún
estudiante que, repitiendo las rimas que las chicas habían creado, seguía
apoyando a Sindy. Agitaban sus puños al aire o tenían esa peculiar expresión de
complicidad que se entonaba de manera relajada con el ambiente festivo próximo
al aniversario. Por eso al caminar por el pasillo antes del timbre provocó un
extraño silencio. Éramos como las chicas populares sacadas de películas
juveniles que entraban al colegio en cámara lenta, con el pelo meciéndose hacia
atrás y una extraña luz reflectándose por nuestra espalda.
Sin embargo, esa sensación no
duró mucho. Al llegar a la zona de casilleros nos encontramos a una retraída
Shanelle. Ella lucía más introspectiva que de costumbre, con la mirada perdida
en Dios sabrá dónde, haciendo movimientos lentos y torpes.
—¡Hola, Shan! —la saludó Sindy,
toda animada.
La respuesta de Shanelle fue
extraña: primero se sobresaltó haciendo un gran estruendo metálico con la
puerta, luego dio un paso atrás y recién nos miró. Sus ojos asustados se
acomodaban perfectamente bajo la inclinación de sus cejas. En cuestión de
segundos, tras vernos, se encontró siendo sorprendida por su actitud
asustadiza.
—Oh, chicas… —Suspiró con alivio
y bajó la guardia—. Buenos días.
—¿Y eso? —Rowin colocó sus manos
en la cintura y adoptó una actitud contrapunteada—. ¡Tan fea no estamos, Shan!
—Tú sí estás bien fea, Ro —bromeó
su prima. María disimuló una risa traviesa y se colocó detrás de Aldana para no
ser vista. Pese a esto, Rowin la descubrió y lució más ofendida que antes.
—No estoy fea —se defendió la
chica—. Hoy dos chicos me guiñaron el ojo, y Bellamir me dejó caminar primero
que él.
—Yo digo que quería verte el
trasero —soltó de pronto María, algo pensativa.
Todas, a excepción de Shanelle,
le dimos la razón. Bellamir es el mejor atleta que tiene Sandberg, con una
habilidad innata para animar al público y hacer anotaciones; pero más allá de
su buen “carisma” en la cancha, se le conoce por ser un pervertido sin reparos.
Estar en su mira no es ningún halago.
Eugh.
Mientras Rowin, Sindy y María
seguían discutiendo sobre los dotes físicos de la adicta al chocolate, Aldana
decidió sacar su lado preocupado y mostrar interés en Shanelle.
—¿Te encuentras bien? —le
preguntó con la voz apacible y reconfortante que solo Aldana podría hacer.
—S-sí —obtuvo como respuesta. La
voz de Shanelle se quebró al comienzo, como si tal pregunta jamás se la hubiesen
hecho, pero la esperaba con anhelo. Se aclaró la garganta y sonrió—. Un poco
adolorida, creo que me enfermaré.
—Ya casi es temporada de lluvias,
será mejor que te abrigues bien.
Yo solo me mantuve callada,
especulando si en las respuestas de Shanelle y sus actitudes se encontraba la
verdadera razón de su asustado actual. Sabía gracias a las grabaciones que
estaba siendo asolada por el acoso de esas dos chicas, que no había sido una
sola vez, mas la misma Shanelle me había dicho que al juntarse con nosotras el
acoso ya no estaba. ¿Y si estaba mintiendo? Más que actuar como lo llegó a
hacer María después de romper sus lazos con Tracy, actuaba peor.
Sé bien que todos se desenvuelven
de manera diferente ante algún hecho, que los cambios solo se asimilan, pero
actuar peor que antes significaba una cosa: el acoso no había parado, sino que
había aumentado.
Estuve pensando en ello durante
todo el examen de Biología y la mitad del primer recreo. Me preocupaba de
alguna manera por lo que Shanelle pasaba porque, pese a no conocerla bien y
saber que era la ex de Rust, ambas no éramos tan distintas. Enamoradas de la
misma persona, sin un padre, calladas, observadoras, envueltas en el peligro,
involucradas en un mundo ajeno.
En efecto, mucho en común. La
diferencia es que yo sí me atrevía a dar cara, poner a las personas en su
lugar, aullar cuando algo no me parecía; Shanelle, por el contrario, prefería
callar.
Y lo hizo una vez más cuando, en la
hora del almuerzo se perdió del mapa durante largos minutos. Al no aparecer,
las chicas y yo nos preocupamos. La buscamos entre las mesas, visualizamos en
la lejanía a su grupo de amigos —entre los que está Rust y los otros
legionarios—, en el pasillo, en el segundo piso del comedor… Tuvimos que tragar
a una rapidez sónica para buscarla, preocupadas por su estado. Nos dividimos;
algunas fueron a las salas, enfermería, inspectoría y baños. Fue en el último
sitio mencionado donde Sindy la encontró.
La voz de la expresidenta tembló
al dejar un audio en WhatsApp pidiendo que nos dirigiéramos al baño del tercer
piso.
Temimos lo peor.
Cuando llegué las demás chicas ya
estaban alrededor de una mojada Shanelle, observando su cara enrojecida y sus
ojos vidriosos. El ambiente pesó en un silencio fúnebre que solo se rompió con
mi pregunta.
—¿Qué le hicieron?
—Le tiraron café caliente en el
rostro —me respondió Aldana, en un tono muy bajito.
Me acerqué y coloqué mis manos
frías sobre su cara en un gesto compasivo para aliviarle la quemadura.
—Esto ya no puede continuar
—afirmé, dirigiéndome solamente a Shanelle—. Se lo diré a…
—No se lo digas —me detuvo ella.
Sus manos apretaron mis muñecas con fuerza en una muestra de determinación—. Él
no debe saberlo. Se volverá loco, y es lo que menos conviene a estas alturas.
Entendí qué quería decir con lo
último.
Si le decía a Rust sobre el acoso
a Shanelle y quién estaba detrás de esto arremetería contra Claus nuevamente y
desataría caos sin medir consecuencias. Y con la persona que mantenía a la raya
todo el tema, él debía cuidar sus decisiones y movimientos.
Sindy, sin comprender bien a qué
nos referíamos, suspiró de manera pesada y habló:
—Bien, escuchen: el día del
aniversario nos disfrazaremos de cualquier cosa aprovechando que nuestra participación
en las actividades es nula. Buscaremos a las dos perras que están acosando a
Shan y las emboscaremos en una sala. Las sostendremos y en la sala…
—Espera, espera, espera —detuvo
Ro—. ¿Qué sala podemos usar? Todas estarán ocupadas. Mejor usemos el baño.
Sindy continuó:
—Las emboscamos en el baño y
cerramos la puerta para que nadie entre.
—Yo podría conseguirme un cartel
de esos que ocupa Johnny para el mantenimiento —se ofreció María, con una
tímida sonrisa surcando sus labios.
—¿Quién es Johnny? —curioseó Aldana.
—El conserje.
Rowin, que de disimulada solo
tenía la «i» de su nombre, emitió un abucheo que chapoteó por todo el baño que
provocó en María una mala cara.
—Creo que hay algo allí…
—Tiene cuarenta años.
—No hay edad para el amor —afirmó
con ensoñación Sindy, en tanto buscaba acomodar algunos mechones rebeldes del
rostro de Shanelle.
—¿Lo dices porque salen con un exprofesor?
—Uh, ¡golpe bajo!
—No es el momento, chicas. —Mamá
Aldana tuvo que restaurar el orden en el baño.
El ambiente pesimista y trágico
se tornó en una bienvenida que pocos querían darle. Yo fui a mojar mis manos
para enfriarlas dado a que el calor en Shanelle ya las había entibiado. Sindy,
por su parte, retomó el plan.
—Entonces… las emboscamos en el
baño, María se queda afuera, pone el cartel para que no interrumpan, les
preguntamos si realmente Claus las envía y...
—No dudes más de él —intervine—.
Sí las envía, está la evidencia en los videos. Punto.
—Debemos ser rápidas, a menos que
queramos otra suspensión.
—¿Crees que ellas confesarán así
tan fácil? ¿Que aceptarán su culpa sabiendo las consecuencias?
—Las perras tendrán que ladrar
por las buenas o por las malas.
Las amenazantes palabras de Sindy
restauraron el silencio por un momento. Estábamos dudando sobre la confesión de
ambas chicas.
—¿Hay algo con que podamos
chantajearlas? —preguntó María— Además de grabaciones que no tenemos.
Otro silencio.
Encarar a Claus y dejar las cosas
claras, recriminarle sobre la muerte de Jaho y el acoso de las dos chicas eran
cosas que me propuse durante mi suspensión. Quería que sus labios pronunciaran
la culpa de sus actos, para hundirlo y… bueno, apaciguar un poco la culpa que
traía encima por haberlo ayudado en su maligno acto.
Tuve que animarme a hacer una
nueva propuesta.
—Yo puedo intentar lograr una
confesión. Hablar con Claus, grabarle admitiendo que envió a las chicas o algo.
Estamos enfocándonos mal en todo esto. Sí, las chicas son las culpables de
hacer acoso, pero según lo que vi en las grabaciones ellas son enviadas por
Claus. Si él confiesa que envió a las dos chicas contra Shanelle tenemos el
trabajo resuelto. Lo grabo y lo denunciamos con el director.
Sindy dejó escapar el aire de sus
pulmones en un desgaste casi eterno.
—El director no hará nada —dijo—. Mejor enseñémosles
la grabación a los padres el día del aniversario. Si lo de la grabación no
resulta, emboscamos el día del aniversario a las dos perras.
Dicho esto, todas estuvimos de
acuerdo.
El mismo martes recorrí todos los
patios del colegio hasta hallar a Gilbertson, quien estaba en el patio
principal sentado junto a la pileta con la escultura de Vincent Sandberg, rodeado
de su grupo.
No fue un momento que yo quisiera atravesar,
porque no se tiene que ser un gran pensador para darse cuenta de que Gilbertson
ya les había hablado de mí a sus hilarantes compañeros. Una vez me planté
frente al sucesor de monarquía, todos sus amigos captaron la mirada que él les
lanzó.
—¿Podemos hablar?
La torcida sonrisa de Claus dejó
entrever su puntiagudo colmillo derecho. Jamás mencioné el parecido de Gilbertson
con el de un vampiro, una analogía que para nada le sentaría mal. Les hizo una
seña a sus amigos y estos se marcharon. Claus y yo quedamos solos, con muchos
estudiantes a metros de nosotros preguntándose pasaba entre ambos.
—Miren quién está aquí —dijo para
quienes ya no estaban—: nuestra nueva monarca. ¿Serás tú la chica que complemente
mi reinado?
Caminé hacia Claus, quien estaba
sentado como si estuviera sobre su trono, con sus ambiciones logradas y su
próximo deseo por cumplirse, y es que verme llegar ante él debió serle más estimulante
que cualquier placebo consumido en su asquerosa discoteca.
—Mataste a Jaho —imputé con la mandíbula
apretada para evitar despotricar mi odio racional hacia él.
—Auch. —Se colocó de pie para inclinarse sobre mí. Cuando la
distancia de nuestros rostros no tuvo estrechez, pronunció con mesura—: Linda,
esa es una acusación muy seria.
Retrocedí. Ojalá no lo hubiera
hecho, pues tal acto me hacía parecer blanda, pero tuve que hacerlo para que su
voz y la mía se oyeran en la grabación.
—Me dijiste una mentira con el
fin de compadecerme y asegurarte de que saldrías impune.
—¿Puedes afirmarlo?
—No; pero lo sé. Tú y yo lo
sabemos muy bien.
—¿Saber qué? ¿Qué el sujeto tenía
tendencia al suicidio? No. ¿Que mi padre lo echaría? Sí, pero eso será nuestro
secreto. Tranquilízate, no diré nada.
Cuidó sus palabras el muy astuto.
Tuve que ir directo al punto.
—Me usaste como tu herramienta
para joder a los de Legión, ahora yo… Rust… Todos están expuestos, por un asesinato.
La sonrisa de Claus se anchó.
—¿Te sientes culpable? Yionne,
tarde o temprano pasaría. Ellos son una manada de lobos salvajes que no tienen autoridad
ni control.
Me llené odio sin concebir las
palabras adecuadas, deseando en el fondo haber planeado alguna estrategia para
conseguir su confesión y no actuar por el mero capricho de tenerlo hundido. Me callé
durante un largo minuto que acabó en otra pregunta, una directa.
—¿Por qué asesinaste a Jaho?
—Yo no lo maté, él se suicidó.
—O eso es lo que quieren hacer
creer con una cuartada perfecta.
—¿Cuartada perfecta? Eso no
existe, cariño.
Él tenía razón: la cuartada
perfecta no existía, porque la suya se desmoronaba solo con ver la pedante
sonrisa que ocupó sus labios. Mi encaramiento se transformó en un juego a su
favor que estaba manipulando a su conveniencia sabiendo que no tenía absolutamente
nada para incriminarlo más que nuestra conversación anterior y mi maldición,
que era tan fantasiosa como los extensos libros que tanto gustan a mamá.
Me desvié a la confrontación mientras
Claus regresaba a su lugar, para sentarse y contemplarme desde abajo, y aún así
verme como el dueño del mundo.
—¿Y qué hay de las dos chicas que
enviaste por Shanelle?
—¿Quiénes?
—Fingir demencia no te librará de
esta. Dos chicas, que resultaron ser amigas tuyas, están acosando a Shanelle
Eaton. Vi a las dos chicas hablar contigo luego de encontrar a Shanelle en el
baño.
—Eso no prueba nada. ¿Y por qué
querría yo atacar a Eaton? No lo tengo permitido. Atacar a alguien del bando
contrario sería romper el tratado que existe y comenzar una guerra.
Bien, estaba siendo sincero.
—Exacto; no puedes hacerlo tú,
por eso enviaste a las dos chicas como tapadera. Evidencia de esto está en los
videos.
—Me das demasiado créditos.
Pero Claus seguía sin dar una
confesión. Comencé a desesperarme.
—¿Por qué no puedes admitirlo? Hay
evidencia de que esas dos chicas fueron contigo después de que atacaron a
Shanelle en el baño. Admitir lo primero es complicado, pero esto es fácil. Tú
estás mandando a dos chicas a acosar a Shanelle. Confiésalo.
—No puedo confesar algo de lo que
no soy responsable ni tengo culpabilidad. Pero ¿te digo algo? Me gusta. Que me
veas como el malo de esta historia me anima a demostrarte lo contrario. Te daré
un regalo por tu mérito.
Su sorna fue como una patada en
el estómago. Repudié la mera expresión que se tallaba en mis pupilas y expresé
mi odio total en mi venenosa respuesta.
—No necesito nada tuyo. De hecho,
no quiero participar en nada que tenga que ver contigo.
Para mí esa fue una despedida. Me
giré de regreso a las chicas hasta que Claus me alcanzó.
—¿Quieres una confesión? Te daré
una: tú y yo somos como Bonnie y Clyde rumbo al gran persecución de nuestras
vidas.