C u a r e n t a y d o s | Díselo a la Luna
22:36
—Hasta que te dignas a aparecer.
Eso fue lo que dijo Don Descarado cuando me vio entrar a mi
cuarto tras haberle dicho a mamá que me encontraba demasiado cansada para comer
por lo que me iba a dormir. Por supuesto, la aparición de Rust no se me hizo
una sorpresa, él ya había entrado a mi cuarto tantas veces que daba la
impresión de ser un integrante más de la casa, con camas compartidas y todo. Lo
que me sacó mis casillas resultó ser su comentario punzante y su aparición tras
haber escapado de mi casa la noche en que estaba ebrio, moribundo mental y
anímicamente. ¿Después de todo eso el descarado me recibía con un hasta que apareces? Pues atendiendo a mi
más profundo instinto asesino, agarré una de mis almohadas y lo ataqué con
ella. No me detuve ni siquiera pensando en que nuestros gatitos estaban allí,
yo quería echar a Rust de mi cama.
(Y de ser posible, de mi
habitación.)
Rust se sobresaltó por los golpes
y atinó, en lo que pudo, a cubrirse la cabeza con los brazos en una huida
quejumbrosa al otro lado de la cama, lejos de mis constantes golpes.
Una vez me detuve, se arregló su
chaqueta de cuero y llevó una mano a su cabello para acomodárselo. Claro, esto
último no tenía por qué hacerlo, Rust y la peineta no llevaban una relación
cercana.
—Esta no es la bienvenida que me
esperaba —me dijo en un tono receloso y confidente en lo que caminaba con
lentitud junto a la cama para llegar al final de ésta. Allí agarró a Crush y lo
acarició—. ¿Acaso sigues molesta?
—¿Quieres que te de otra paliza
con la almohada?
—Me han dado palizas varias.
Muchas. Y peores —se burló siguiendo con el tono confidente; ninguno de los dos
quería alertar a mamá—. Pero ninguna se compara con tu indiferencia.
O Claus no era el único adulador
o Rust estaba agarrando su pedantería. Hice el amago de amenazarlo, pero en un
acto cobarde, decidió usar a Crush como un escudo y mi movimiento quedó anulado
completamente.
«Cobarde», pensé en decirle con la palabra saliendo de mi boca como lo haría
de alguna serpiente, llena de arrastre y veneno.
Rust inspiró hondo,
tranquilizándose a sí mismo. Sus hombros subieron y bajaron en una preparación
corporal visible y dijo nuevamente:
—Cuando alguien te dice algo
lindo se tiene que responder algo lindo, un gracias o emitir alguna expresión
de ternura.
—No me van las mentiras, Rust.
—A mí tampoco.
La respuesta de ambos provocó una
sincera y abierta risa.
Yo, que pretendía verme como
alguien dura frente a él, carraspeé y guardé la compostura. Pero ya a estas
alturas, ocultar mi boba sonrisa por verlo relativamente bien, poco servía.
Decidí bajar la guardia y usar el almohadón como asiento. Rust no tardó en
sentarse a mi lado, al pie de la cama, frente a la ventana con las cortinas
corridas que enseñaban el oscuro cielo del exterior.
Nos quedamos en silencio, jugando
con los gatos.
Tras unos minutos, para ahogar el
fugaz pensamiento de tu respuesta y las intenciones de Claus al mencionar a tal
hombre, hablé.
—¿Cómo estás? —inicié con una
pregunta que a todas luces daba indicios de ser estúpida, pero que cobraba
sentido tras todo lo que él había pasado.
Suspiró agotado.
—Vivo, sobreviviendo y
reponiéndome. Esperando que se te pasara el enojo para venir aquí.
Al pronunciar lo último se
inclinó a mí como si deseara pronunciar sus palabras cerca de mi oído.
No iba a caer.
—Mis enojos duran mucho, y solo
han pasado solo días. Volviste a escapar, Rust, como siempre. Deja de escapar,
mejor enfrenta las cosas.
Miró el suelo dejando ver su
semblante de niño regañado.
—Las huidas se me dan mejor,
huyendo te conocí.
—¿Y dónde has estado?
—En casa de Mark, ahogando penas
en… —Aplané mis labios en un gesto de fastidio, al que respondió sacudiendo sus
manos con inocencia—. No pongas mala cara, iba a decir doramas.
Busqué en sus ojos algún rastro
de mentira, pero al parecer decía la verdad. Mi acción llevó a que examinara a
Rust con mayor plenitud, desde su cabello rubio en punta, pasando por la
intensidad de sus ojos azules, hasta su barbilla con una pequeña cicatriz. Podría
haber contado con mis dedos todas las cicatrices en el rostro de Rust. Grandes
y pequeñas, todas hechas en peleas. Ellas, acompañadas de su postura y forma de
hablar, componían al estereotipo de chico malo que muchas historias juveniles
tienen.
Al notar que estar a tan poca
distancia y perdernos en el otro rompería fácilmente mi postura recelosa, volví
a romper la burbuja invisible con un comentario:
—Tienes un aspecto fatal.
—¿Qué le puedo hacer? —preguntó—
Es de nacimiento.
Una carcajada emergió de mis
entrañas por puro impulso. Al darme cuenta de que debería estar durmiendo y de
que mamá podía oírme, me cubrí la boca mientras Rust estiraba sus labios y los
dividía con su índice para advertirme.
Estuvimos callados unos
instantes, escuchando alguna señal expuesta de que mamá entraría al cuarto. No
obstante, pese a que mi estrepitosa carcajada fue sonora, pudimos respirar con
calma. Así, con el ambiente más relajado, me atreví a tomar la mano de Rust en
una muestra de mi seriedad.
—Por favor, no huyas más.
Mis palabras emergieron como una
súplica pese a no ser esa mi intención.
—No juro ni prometo nada, Cerilla.
Es ley.
Claro, Rust no era de hacer
promesas que no podría cumplir puesto que su impulso e instinto siempre le
ganaban a su raciocinio.
—Entonces, al menos, asegúrame
que, si vas a huir, me lo dirás. Házmelo saber a mí para estar tranquila. O a
tu papá. O a Tracy. Le importas a muchas personas.
—Ya sé, ya sé. —Se removió a un
lado y contrajo su mano, entonces pretendió ocuparse de entretener a los gatos.
No quería mirarme.
—Dímelo.
—Si huyo, te diré a dónde va mi
culo.
—Mirándome a los ojos, y más
tierno.
Suspiró con agobio. Tras varios
segundos de prueba, optó por atreverse.
—Si huyo, te diré a dónde va mi
culito.
Rust es como cualquier otro buen idiota
que no puede tener un momento de seriedad, ¿no crees? Pero supongo que esa es
una de las cosas que me gustaron de él. Puede ser gracioso, divertido, molesto
y serio de acuerdo con la ocasión. Y yo, que ya había estado abrumada todo el
día por Claus, necesitaba liberar la carga que me provocaba el peor de los
males. Rust me infundía una extraña paz.
De pronto, así, sin más, Rust se
acercó cerrando con lentitud sus ojos. Me hice a un lado huyendo de su cara. La
mueca de horror saltó en mí y ni siquiera llegaba Halloween.
—¿Qué haces? —cuestioné, con los
hombros alzados para cubrirme.
—Pensé que sería un buen momento
para besarnos.
—Pff… Estás viendo muchas series,
Rust Dean Wilson.
—¿En serio? —Bajó sus párpados en
un gesto aburrido y expresó—: Me has dejado con la trompa estirada.
—Es lo que obtienes por ser un
terco.
—Ja… y yo que te traigo uno de
estos.
Metió su mano dentro de la chaqueta.
Para mi sorpresa y deleite, sacó una bolsa transparente que contenía un (casi)
aplastado muffin.
—No gracias, ya comí.
Esa soy yo intentando no ceder a
la tentación.
—Más para mí.
—Bueno, va, dame la mitad.
Esa soy yo cediendo a la
tentación. Era un muffin después de todo.
Con una torpeza característica de
los rechonchos dedos de Rust, partió por la mitad el muffin. Algunas migajas
quedaron esparcidas por el suelo y los gatos comenzaron a olfatear. Con solemne
apariencia, como si estuviera en una iglesia recibiendo una hostia, le di una
mascada a mi porción. El sabor endulzó mi boca despertando así mi apetito, así
que mi parte del muffin no duró mucho. Rust me dio parte de la suya.
—Nada mal. Gracias.
Su pecho se infló en orgullo y
una sonrisa torcida ocupó sus labios.
—Estoy mejorando.
No esperaba que lo hubiera hecho
él, nuevamente. Por mi cabeza imaginé el escenario difuso donde Rust había
preparado todo para cocinar, su investigación por internet, la lectura
silenciosa de la receta, su concentración… Lo encontré tan adorable que terminé
perdiéndome y besé su mejilla con una timidez rápida.
Algo descolocado, Rust tocó con
sus dedos la mejilla, justo en la zona donde deposité mi beso.
—Me merezco otro, ¿no?
Me incliné sobre él y busqué su
otra mejilla para besarla. De manera suelta, Rust se volteó para que mi beso
ocupara sus labios, pero terminé dándoselo en una de su amoratada comisura.
Esto le supo a victoria.
Luego de tal acto, me centré en
mis pensamientos, en jugar con Berty y Crush, tararear canciones y en la
situación compleja en la que estaba sumergida sin saber. Pensé en que no vi a
Rust en el colegio y como consecuencia, llegó a mí la petición de Gilbertson
con el empleado de su padre. Desde ese punto, en sincronía con el futuro,
decidí escudriñar en los cambios de Rust.
—¿Te has planteado, firmemente, a
pensar en tu futuro? Digo, lo que esperas de él, lo que quieres ser, lo que
quieres tener.
Al preguntar esperaba tener un
cambio en su respuesta dado a los múltiples acontecimientos dispares con mis
otros viajes, sin embargo, inesperadamente conseguí la respuesta que Rust me
había dado antes.
—La verdad, no me lo he pensado
mucho. No espero tener una vida larga, siendo un anciano que ve corretear a sus
nietos o está con el culo en el sofá viendo programas de concurso en la
televisión. A grandes rasgos, sé que no me espera ningún futuro idealizado de
mierda. Puede que sí, si me cambiara la cara y me largo del país. —Emitió una
risa débil en lo que sus ojos reflejaban cierta añoranza nostálgica—. En el
caso especial de que esto sucediera, cosa que dudo mucho, me gustaría dedicarme
al beisbol; tener una casa lejos de todo el puto mundo, cerca de algún lago;
beberme una cerveza mientras se pone el atardecer y me rio de lo asustado que
está mi hijo porque encontró alguna cucaracha en el césped. Salir por las
mañanas; estirarme frente al lago; enseñarle a mi hijo a pescar, sobre animales;
nadar por las noches… Es lo que solía hacer con mi viejo. Repetirlo con mi crío
no estaría mal.
Quizás la voz nostálgica con la
que pronunció su planteamiento fantástico del futuro fue lo que me provocó la
contemplación plena de su persona, saber que el mismo Rust de los otros viajes
estaba junto a mí, amasando con una dicha cálida su futuro pese a no tener fe
en conseguirlo.
—¿Qué? —espetó con las cejas
alzadas— ¿Pensabas que diría algo como que me imaginaba bañándome en billetes,
tatuado, sacándome fotos con pistolas?
Y cuando llegué a la fatídica
conclusión de que sus expectativas idealizadas jamás se llevarían a cabo,
porque él era propenso a morir por petición de Claus Gilbertson, el nudo en mi
garganta fue insoportable. De manera errática, le enseñé mi lado más vulnerable,
porque sabía que jamás tendría descanso. Rust, debido a sus decisiones, viviría
escapando y, posiblemente, moriría haciéndolo. Luego, consciente de que para el
25 de diciembre poco faltaba, me quebré más porque existía dicha probabilidad.
Las comisuras se me bajaron y mi barbilla se arrugó en medio de un temblor
incontrolable.
—L-lo siento…
—¿Tan linda respuesta te he dado
o el muffin estaba demasiado bueno?
Formé una sonrisa entristecida y
me coloqué de pie. Ahora yo quería huir.
—Eh, Cerilla, ¿ dónde vas? No me
has dicho tus planes a futuro…
Salí de mi habitación para
encerrarme en el baño a llorar.
Sobre planes a futuro,
probablemente habría idealizado mi vida junto a Rust, pero sabía, muy en el
fondo, que eso jamás me ocurriría. Por eso, de alguna manera, ya estaba
preparada para llegar a esta situación. Para saber que tomaría la decisión de
jamás existir.
Tengo miedo, ¿sabes?
Estoy muerta de miedo. Porque no
sé si esto dolerá. Porque sé que estoy dejando muchas cosas atrás. Porque no
soportaría estar en algún sitio donde no conozca a mamá.
¿Y si no resulta que termino
dejando sola a mamá?
Nada de esto se me haría tan
complicado si supiera el desenlace. Pero, más allá del miedo y la incertidumbre
escabrosa, sé que es una decisión honesta. Puede que la más sensata que tomaré
en mi vida, pues mi vida es una mentira.
Una mentira que todos aprendimos
aceptar con el tiempo. No obstante, ahora yo, sabiendo que esa mentira ya no
puede sostenerse, estoy escribiendo esto.
El viernes en el horario de
almuerzo, Sindy entró al casino de Sandberg hecha la cara viva de la furia. Su
cabello voluminoso, con sus rulos alocados, parecía haber recibido un
caricaturesco impacto eléctrico. Fue una escena cómica al comienzo, Rowin no
tardó en divisarla y burlarse de ella con su alarmante risotada. Entonces, cuando
Sindy llegó a nuestra mesa y tiró la bandeja encima, supimos que esa
agresividad repentina se debía a algo serio.
—¿Ocurrió algo? —le preguntó
Aldana con tranquilidad, lo que pareció entrar en razón a Sindy.
La Morris se demoró en hablar,
pues antes de hacerlo, le lanzó una advertencia de su respuesta a Shanelle,
quien estaba sentada junto a nosotras.
—Nos negaron la aprobación de ver
las putas cámaras para ver quiénes eran esas dos… —Sindy se contuvo. En lugar
de escupir el insulto, prefirió sacar rápidamente su libreta y anotarlo.
—¿Qué haremos ahora? Era la única
forma.
—No se hagan problema —habló
desde su lugar Shanelle, con la voz apagada que marcaba su apariencia tranquila—.
Ya han hecho suficiente. Ya no me ha pasado nada, juntarme con ustedes debe
haberles puesto en alerta. Dudo mucho que pase algo ahora.
—¿¡Y dejar que esas dos chicas
salgan impunes!? —exclamó con desconcierto la chica de rulos rebeldes—. No, me
niego a permitirlo.
—¿Tienes algo en mente? —le
cuestioné.
Sindy quedó con la boca abierta
sin saber qué responder. Mi pregunta fue como echarle un balde con agua fría,
todos sus ánimos exaltados terminaron en nada.
—Pensaré en algo… —Se acomodó a
la resignación sentándose junto a su prima Rowin.
—No lo pienses demasiado —sugirió
María desde el otro lado de la mesa—. No necesitamos permiso para ver las
cámaras de seguridad del pasillo, podemos entrar por nuestros medios.
Detrás del inocente y callado
aspecto de María Montt se encontraba una rebeldía que quería ver la luz,
empezando por planear nuestra colada al cuarto de cámaras.
Fue un plan que a todas luces nos
pareció sencillo, llevarlo a cabo fue más complejo. Organizar una guerra de
papeles en un colegio lleno de estudiantes elitistas con complejos de divas es
difícil, pero no imposible. Cuando en un acto de rebeldía, la expresidenta del
Consejo Estudiantil se quejó de la alta exigencia en los exámenes, muchos
estuvieron de acuerdo y la apoyaron. Rowin se encargó de encender las masas
creando cánticos repetitivos sin muchos sentidos. María y Aldana fueron a la
sala de Arte para sacar cartones y pintura para crear carteles. Shanelle y yo
fuimos las encargadas de colarnos en el cuarto de cámaras haciendo uso de un
clip.
Así de sencillo.
El plan salió perfecto, aunque
tardó más de lo esperado. No tendríamos mucho tiempo para buscar entre las grabaciones;
si teníamos suerte conseguiríamos verlas sin problema.
La buena noticia es que todas las
grabaciones estaban organizadas por cientos de carpetas con fechas. La mala
notica es que, como esperaba, las dos chicas del baño habían sido enviadas por
Claus. Pero allí no acababa lo peor, y es que pulsando grabaciones al azar pude
ver que esa no había sido la primera vez que molestaban a Shanelle. Empujones
discretos, risas malintencionadas, comentarios cuando ella pasaba por el lado,
miradas hostiles… Todo conformaba una serie de acoso que ella temía decir.
—Solo son chicas matonas —dijo
Shanelle, restándole importancia a lo evidente.
—Están molestándote solo a ti.
Antes de seguir quejándome de su
silencio, una llamada entrante interrumpió. Nos asustamos tanto que pegamos un
grito coordinado.
La llamada iba dirigida a
Shanelle, quien no tardó en ver quién la llamaba y para qué.
Juzgando su rostro supe que no
eran noticias buenas. Se cubrió la boca con sus manos para cubrir así la
perplejidad de la noticia y luego tornó sus cejas en una inclinación de
aflicción.
Al cortar la llamada, permaneció
quieta.
—¿Qué pasó? —le pregunté.
—Mataron a Jaho —musitó mirando
hacia la nada—. Dicen que es un suicidio.
Nunca en mis otros viajes había
escuchado hablar de él. Ni siquiera su nombre se me hacía familiar.
—¿Jaho?
Shanelle pestañeó varias veces
para salir de su desconcierto. Estaba pálida, respirando por la boca. Su pecho
se contraía con rapidez. Durante un momento temí que algo pudiese pasarle.
—Rust… —dijo entonces.
La mención de su nombre me puso
en alerta. Creí, vagamente, que Jaho era otro apodo de Rust o algo así, pero
no.
De manera brusca, tomé a Shanelle
por los hombros.
—¿Le pasó algo a Rust? —No dijo
nada—. ¡Shanelle!
Por fin la chica reaccionó.
—Jaho era la mano derecha del
líder de Legión. El líder de Legión era mi padre... Jaho era… es… era quien
ayudaba a Rust desde que papá murió. Se ocupaba de… del negocio y de mantener
en la raya a las demás bandas. Actuaba en secreto, casi nadie lo vio jamás, solo
Rust. Muerto él, no hay más reglas ni acuerdos con las otras bandas, somos
carnada fácil.
Recién mi cabeza conectó los
cables.
Jaho.
Suicidio.
Tu mensaje.
La petición de Claus, sobre ver
el futuro del supuesto empleado de su padre, era en realidad una más de sus
manipulaciones. En efecto, Jaho era un empleado de su padre, pero también una
pieza importante de Legión. Sin él, Legión quedaba expuesta, y con ella,
Siniester.
Lo peor de todo es que sobre mí
estaba la responsabilidad de haberle dicho a Claus que él no saldría
involucrado en el asunto, que realmente se había tomado la muerte de Jaho como
un suicidio y que una vez más, así como con la situación del acoso de las dos
chicas, él podría salir impune.
6 comentarios
Que?! Noo, que le van a hacer a mi rust??.estupido claus����
ResponderEliminaray DIOS
ResponderEliminarMato a todo aaquel que se atreva a tocar a Rust....
ResponderEliminar...excepción de Claus bebé
¡Diablos señorita! No nos dejes con la intriga 😑
ResponderEliminarOh por Diossss! Esto realmente se pone cada vez más interesante y buenooo como no si Claus está en medio de todo el CAOS.....Santo cielo, espero que todo el futuro pueda cambiar y Rust se pueda salvar está vez.....
ResponderEliminarVamos, venga no nos dejeís con la intriga....
Ay no😭 que no le hagan nada a Rust💔
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