C u a r e n t a y c u a t r o | Díselo a la Luna

18:48




El martes 27 llegó luego de una semana completa en que mi existencia —y la existencia de mis amigas— no se dio lugar en Sandberg. Pero nuestra vuelta fue bien recibida por más de algún estudiante que, repitiendo las rimas que las chicas habían creado, seguía apoyando a Sindy. Agitaban sus puños al aire o tenían esa peculiar expresión de complicidad que se entonaba de manera relajada con el ambiente festivo próximo al aniversario. Por eso al caminar por el pasillo antes del timbre provocó un extraño silencio. Éramos como las chicas populares sacadas de películas juveniles que entraban al colegio en cámara lenta, con el pelo meciéndose hacia atrás y una extraña luz reflectándose por nuestra espalda.
Sin embargo, esa sensación no duró mucho. Al llegar a la zona de casilleros nos encontramos a una retraída Shanelle. Ella lucía más introspectiva que de costumbre, con la mirada perdida en Dios sabrá dónde, haciendo movimientos lentos y torpes.
—¡Hola, Shan! —la saludó Sindy, toda animada.
La respuesta de Shanelle fue extraña: primero se sobresaltó haciendo un gran estruendo metálico con la puerta, luego dio un paso atrás y recién nos miró. Sus ojos asustados se acomodaban perfectamente bajo la inclinación de sus cejas. En cuestión de segundos, tras vernos, se encontró siendo sorprendida por su actitud asustadiza.
—Oh, chicas… —Suspiró con alivio y bajó la guardia—. Buenos días.
—¿Y eso? —Rowin colocó sus manos en la cintura y adoptó una actitud contrapunteada—. ¡Tan fea no estamos, Shan!
—Tú sí estás bien fea, Ro —bromeó su prima. María disimuló una risa traviesa y se colocó detrás de Aldana para no ser vista. Pese a esto, Rowin la descubrió y lució más ofendida que antes.
—No estoy fea —se defendió la chica—. Hoy dos chicos me guiñaron el ojo, y Bellamir me dejó caminar primero que él.
—Yo digo que quería verte el trasero —soltó de pronto María, algo pensativa.
Todas, a excepción de Shanelle, le dimos la razón. Bellamir es el mejor atleta que tiene Sandberg, con una habilidad innata para animar al público y hacer anotaciones; pero más allá de su buen “carisma” en la cancha, se le conoce por ser un pervertido sin reparos. Estar en su mira no es ningún halago.
Eugh.
Mientras Rowin, Sindy y María seguían discutiendo sobre los dotes físicos de la adicta al chocolate, Aldana decidió sacar su lado preocupado y mostrar interés en Shanelle.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó con la voz apacible y reconfortante que solo Aldana podría hacer.
—S-sí —obtuvo como respuesta. La voz de Shanelle se quebró al comienzo, como si tal pregunta jamás se la hubiesen hecho, pero la esperaba con anhelo. Se aclaró la garganta y sonrió—. Un poco adolorida, creo que me enfermaré.
—Ya casi es temporada de lluvias, será mejor que te abrigues bien.
Yo solo me mantuve callada, especulando si en las respuestas de Shanelle y sus actitudes se encontraba la verdadera razón de su asustado actual. Sabía gracias a las grabaciones que estaba siendo asolada por el acoso de esas dos chicas, que no había sido una sola vez, mas la misma Shanelle me había dicho que al juntarse con nosotras el acoso ya no estaba. ¿Y si estaba mintiendo? Más que actuar como lo llegó a hacer María después de romper sus lazos con Tracy, actuaba peor.
Sé bien que todos se desenvuelven de manera diferente ante algún hecho, que los cambios solo se asimilan, pero actuar peor que antes significaba una cosa: el acoso no había parado, sino que había aumentado.
Estuve pensando en ello durante todo el examen de Biología y la mitad del primer recreo. Me preocupaba de alguna manera por lo que Shanelle pasaba porque, pese a no conocerla bien y saber que era la ex de Rust, ambas no éramos tan distintas. Enamoradas de la misma persona, sin un padre, calladas, observadoras, envueltas en el peligro, involucradas en un mundo ajeno.
En efecto, mucho en común. La diferencia es que yo sí me atrevía a dar cara, poner a las personas en su lugar, aullar cuando algo no me parecía; Shanelle, por el contrario, prefería callar.
Y lo hizo una vez más cuando, en la hora del almuerzo se perdió del mapa durante largos minutos. Al no aparecer, las chicas y yo nos preocupamos. La buscamos entre las mesas, visualizamos en la lejanía a su grupo de amigos —entre los que está Rust y los otros legionarios—, en el pasillo, en el segundo piso del comedor… Tuvimos que tragar a una rapidez sónica para buscarla, preocupadas por su estado. Nos dividimos; algunas fueron a las salas, enfermería, inspectoría y baños. Fue en el último sitio mencionado donde Sindy la encontró.
La voz de la expresidenta tembló al dejar un audio en WhatsApp pidiendo que nos dirigiéramos al baño del tercer piso.
Temimos lo peor.
Cuando llegué las demás chicas ya estaban alrededor de una mojada Shanelle, observando su cara enrojecida y sus ojos vidriosos. El ambiente pesó en un silencio fúnebre que solo se rompió con mi pregunta.
—¿Qué le hicieron?
—Le tiraron café caliente en el rostro —me respondió Aldana, en un tono muy bajito.
Me acerqué y coloqué mis manos frías sobre su cara en un gesto compasivo para aliviarle la quemadura.
—Esto ya no puede continuar —afirmé, dirigiéndome solamente a Shanelle—. Se lo diré a…
—No se lo digas —me detuvo ella. Sus manos apretaron mis muñecas con fuerza en una muestra de determinación—. Él no debe saberlo. Se volverá loco, y es lo que menos conviene a estas alturas.
Entendí qué quería decir con lo último.
Si le decía a Rust sobre el acoso a Shanelle y quién estaba detrás de esto arremetería contra Claus nuevamente y desataría caos sin medir consecuencias. Y con la persona que mantenía a la raya todo el tema, él debía cuidar sus decisiones y movimientos.  
Sindy, sin comprender bien a qué nos referíamos, suspiró de manera pesada y habló:
—Bien, escuchen: el día del aniversario nos disfrazaremos de cualquier cosa aprovechando que nuestra participación en las actividades es nula. Buscaremos a las dos perras que están acosando a Shan y las emboscaremos en una sala. Las sostendremos y en la sala…
—Espera, espera, espera —detuvo Ro—. ¿Qué sala podemos usar? Todas estarán ocupadas. Mejor usemos el baño.
Sindy continuó:
—Las emboscamos en el baño y cerramos la puerta para que nadie entre.
—Yo podría conseguirme un cartel de esos que ocupa Johnny para el mantenimiento —se ofreció María, con una tímida sonrisa surcando sus labios.
—¿Quién es Johnny? —curioseó Aldana.
—El conserje.
Rowin, que de disimulada solo tenía la «i» de su nombre, emitió un abucheo que chapoteó por todo el baño que provocó en María una mala cara.
—Creo que hay algo allí…
—Tiene cuarenta años.
—No hay edad para el amor —afirmó con ensoñación Sindy, en tanto buscaba acomodar algunos mechones rebeldes del rostro de Shanelle.
—¿Lo dices porque salen con un exprofesor?
—Uh, ¡golpe bajo!
—No es el momento, chicas. —Mamá Aldana tuvo que restaurar el orden en el baño.
El ambiente pesimista y trágico se tornó en una bienvenida que pocos querían darle. Yo fui a mojar mis manos para enfriarlas dado a que el calor en Shanelle ya las había entibiado. Sindy, por su parte, retomó el plan.
—Entonces… las emboscamos en el baño, María se queda afuera, pone el cartel para que no interrumpan, les preguntamos si realmente Claus las envía y...
—No dudes más de él —intervine—. Sí las envía, está la evidencia en los videos. Punto.
—Debemos ser rápidas, a menos que queramos otra suspensión.
—¿Crees que ellas confesarán así tan fácil? ¿Que aceptarán su culpa sabiendo las consecuencias?
—Las perras tendrán que ladrar por las buenas o por las malas.
Las amenazantes palabras de Sindy restauraron el silencio por un momento. Estábamos dudando sobre la confesión de ambas chicas.
—¿Hay algo con que podamos chantajearlas? —preguntó María— Además de grabaciones que no tenemos.
Otro silencio.
Encarar a Claus y dejar las cosas claras, recriminarle sobre la muerte de Jaho y el acoso de las dos chicas eran cosas que me propuse durante mi suspensión. Quería que sus labios pronunciaran la culpa de sus actos, para hundirlo y… bueno, apaciguar un poco la culpa que traía encima por haberlo ayudado en su maligno acto.
Tuve que animarme a hacer una nueva propuesta.
—Yo puedo intentar lograr una confesión. Hablar con Claus, grabarle admitiendo que envió a las chicas o algo. Estamos enfocándonos mal en todo esto. Sí, las chicas son las culpables de hacer acoso, pero según lo que vi en las grabaciones ellas son enviadas por Claus. Si él confiesa que envió a las dos chicas contra Shanelle tenemos el trabajo resuelto. Lo grabo y lo denunciamos con el director.
Sindy dejó escapar el aire de sus pulmones en un desgaste casi eterno.
 —El director no hará nada —dijo—. Mejor enseñémosles la grabación a los padres el día del aniversario. Si lo de la grabación no resulta, emboscamos el día del aniversario a las dos perras.
Dicho esto, todas estuvimos de acuerdo.
El mismo martes recorrí todos los patios del colegio hasta hallar a Gilbertson, quien estaba en el patio principal sentado junto a la pileta con la escultura de Vincent Sandberg, rodeado de su grupo.
 No fue un momento que yo quisiera atravesar, porque no se tiene que ser un gran pensador para darse cuenta de que Gilbertson ya les había hablado de mí a sus hilarantes compañeros. Una vez me planté frente al sucesor de monarquía, todos sus amigos captaron la mirada que él les lanzó.
—¿Podemos hablar?
La torcida sonrisa de Claus dejó entrever su puntiagudo colmillo derecho. Jamás mencioné el parecido de Gilbertson con el de un vampiro, una analogía que para nada le sentaría mal. Les hizo una seña a sus amigos y estos se marcharon. Claus y yo quedamos solos, con muchos estudiantes a metros de nosotros preguntándose pasaba entre ambos.
—Miren quién está aquí —dijo para quienes ya no estaban—: nuestra nueva monarca. ¿Serás tú la chica que complemente mi reinado?
Caminé hacia Claus, quien estaba sentado como si estuviera sobre su trono, con sus ambiciones logradas y su próximo deseo por cumplirse, y es que verme llegar ante él debió serle más estimulante que cualquier placebo consumido en su asquerosa discoteca.
—Mataste a Jaho —imputé con la mandíbula apretada para evitar despotricar mi odio racional hacia él.
Auch. —Se colocó de pie para inclinarse sobre mí. Cuando la distancia de nuestros rostros no tuvo estrechez, pronunció con mesura—: Linda, esa es una acusación muy seria.
Retrocedí. Ojalá no lo hubiera hecho, pues tal acto me hacía parecer blanda, pero tuve que hacerlo para que su voz y la mía se oyeran en la grabación.
—Me dijiste una mentira con el fin de compadecerme y asegurarte de que saldrías impune.
—¿Puedes afirmarlo?
—No; pero lo sé. Tú y yo lo sabemos muy bien.
—¿Saber qué? ¿Qué el sujeto tenía tendencia al suicidio? No. ¿Que mi padre lo echaría? Sí, pero eso será nuestro secreto. Tranquilízate, no diré nada.
Cuidó sus palabras el muy astuto. Tuve que ir directo al punto.
—Me usaste como tu herramienta para joder a los de Legión, ahora yo… Rust… Todos están expuestos, por un asesinato.
La sonrisa de Claus se anchó.
—¿Te sientes culpable? Yionne, tarde o temprano pasaría. Ellos son una manada de lobos salvajes que no tienen autoridad ni control.
Me llené odio sin concebir las palabras adecuadas, deseando en el fondo haber planeado alguna estrategia para conseguir su confesión y no actuar por el mero capricho de tenerlo hundido. Me callé durante un largo minuto que acabó en otra pregunta, una directa.
—¿Por qué asesinaste a Jaho?
—Yo no lo maté, él se suicidó.
—O eso es lo que quieren hacer creer con una cuartada perfecta.
—¿Cuartada perfecta? Eso no existe, cariño.
Él tenía razón: la cuartada perfecta no existía, porque la suya se desmoronaba solo con ver la pedante sonrisa que ocupó sus labios. Mi encaramiento se transformó en un juego a su favor que estaba manipulando a su conveniencia sabiendo que no tenía absolutamente nada para incriminarlo más que nuestra conversación anterior y mi maldición, que era tan fantasiosa como los extensos libros que tanto gustan a mamá.
Me desvié a la confrontación mientras Claus regresaba a su lugar, para sentarse y contemplarme desde abajo, y aún así verme como el dueño del mundo.
—¿Y qué hay de las dos chicas que enviaste por Shanelle?
—¿Quiénes?
—Fingir demencia no te librará de esta. Dos chicas, que resultaron ser amigas tuyas, están acosando a Shanelle Eaton. Vi a las dos chicas hablar contigo luego de encontrar a Shanelle en el baño.
—Eso no prueba nada. ¿Y por qué querría yo atacar a Eaton? No lo tengo permitido. Atacar a alguien del bando contrario sería romper el tratado que existe y comenzar una guerra.
Bien, estaba siendo sincero.
—Exacto; no puedes hacerlo tú, por eso enviaste a las dos chicas como tapadera. Evidencia de esto está en los videos.
—Me das demasiado créditos.
Pero Claus seguía sin dar una confesión. Comencé a desesperarme.
—¿Por qué no puedes admitirlo? Hay evidencia de que esas dos chicas fueron contigo después de que atacaron a Shanelle en el baño. Admitir lo primero es complicado, pero esto es fácil. Tú estás mandando a dos chicas a acosar a Shanelle. Confiésalo.
—No puedo confesar algo de lo que no soy responsable ni tengo culpabilidad. Pero ¿te digo algo? Me gusta. Que me veas como el malo de esta historia me anima a demostrarte lo contrario. Te daré un regalo por tu mérito.
Su sorna fue como una patada en el estómago. Repudié la mera expresión que se tallaba en mis pupilas y expresé mi odio total en mi venenosa respuesta.
—No necesito nada tuyo. De hecho, no quiero participar en nada que tenga que ver contigo.
Para mí esa fue una despedida. Me giré de regreso a las chicas hasta que Claus me alcanzó.
—¿Quieres una confesión? Te daré una: tú y yo somos como Bonnie y Clyde rumbo al gran persecución de nuestras vidas.


Aisssh, qué odio le tengo a Claus.
 #MuerteAClaus



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6 comentarios

  1. Estupido Claus.....😬😡😤....aishhh no se la está poniendo fácil a Yionne, y ella ahora sin celular ¿Cómo va a hacer cuando todo está cambiando? Rayos!Claus, Claus, Claus tan molesto como un Grano en el trasero.....

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  2. Es muy buena tu historia.....y tú eres muy buena escribiendo con tan solo ver los resultados en las cosas que has estado trabajando :) ;)

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  3. Cuando actualizaras? Necesito saber que mas pasa en la historia por favor

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